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¿Qué pasa cuando morimos?

viernes 21 de enero, 10:03 AM

Por Alejandro Rozitchner
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La respuesta depende del marco de comprensión del mundo que tenga cada uno. Si uno es religioso, cree (o trata de creer y de autoconvencerse) que al morir la vida personal no termina, sino que cambia. Nuestro estado muta y sobrevive lo más importante, lo que las personas creyentes gustan llamar alma o espíritu. Si uno es ateo, como es mi caso (soy tan ateo que el problema de la existencia de dios nunca tuvo sentido para mí), sabe que tras la muerte no hay nada. El creyente dice que es su alma, no su cuerpo. El ateo dice que se llama alma a algunas cualidades del cuerpo.

Llegado a este punto, el diálogo clásico entre un creyente y un ateo suele ser así:

Creyente: ¿entonces no hay nada más, es sólo esto la vida? ¿Todo esto que vivimos desaparece y no queda nada, todo esto es para nada?

A lo que el ateo debe responder:

Ateo: ¿Te parece poco? ¿Querías más? ¿No te basta lo que hay, sentís que merecés alguna otra cosa, que sos tan importante y fundamental que es una lástima que se pierda alguien así?

Sí, no queda nada. Queda algo de uno en los demás, hasta que ellos mismos desaparecen, mueren, y luego no queda nada de nada. Ya ha pasado innumerables veces. Peor aun: sabemos que la tierra misma está destinada a desaparecer, que todo es finito, que la humanidad misma no tiene chance de eternidad. El sistema solar terminará un día su existencia y también el universo mismo. ¿Un día? ¿Es que se puede hablar de "días" en tal contexto?

Ahora, la cuestión, llegados a este punto angustiante, es: ¿qué valor tiene la vida si no hay chances de eternidad? Y la respuesta que creo correcto dar es: la vida tiene valor en sí misma, en su propia experiencia de ser vida, y no en algo posterior, que resulta imposible. No vivimos para superar la muerte (cosa imposible), vivimos para vivir la vida.

No vivimos para dejar algo que supere a toda muerte, vivimos para vivir bien, para querernos, para hacer cosas lindas que pueden afectar a otros, cosas transitorias aunque valiosas en su transitoriedad. El hecho de que todo esté destinado a desaparecer no quiere decir que la vida no sea extraordinaria y maravillosa. ¿Dura? Sí, es dura, en muchos sentidos. Incluso esa misma dureza es parte de su valor y de su excepcionalidad.

No hay persona que pueda escapar a sentir angustia frente a la muerte. Algunos intentan la trampa de decir: ¿por qué voy a estar asustado, si es un hecho natural? Sin embargo, por más natural que sea, el punto de vista del individuo no puede borrarse, y ese punto de vista implica sentir la angustia de la desaparición personal. Sí, claro, la vida continúa, pero estos que somos, estos concretos y carnales, desaparecen completamente.

¿Es horrible verlo así? Es duro, como decíamos, aunque no es horrible. Es necesario y productivo. No podemos dejar de sentir angustia y ansiedad frente a estas verdades, pero evitar verlas resulta peor. Para vivir, para vivir plenamente, para vivir bien, tenemos que enfrentar esta verdad difícil. Si no lo hiciéramos, si intentáramos negarla y vivir creyendo que somos eternos, estaríamos perdiendo el sentido correcto y denso de nuestras experiencias.

Esta es una repuesta posible, claro que hay otras. Esta es la que creo verdadera. Respetar la diferencia no quiere decir que no digamos lo que pensamos, sino que lo digamos con toda libertad, y conversemos…

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Alejandro Rozitchner es escritor, filósofo y novelista, trabaja como inspirational speaker y es asesor de la Secretaría General del Gobierno de la Ciudad.

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