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"Vida"....

El señor X sigue una rutina desde hace años. De lunes a viernes se levanta cada mañana a la misma hora y desayuna con su pareja casi siempre lo mismo. Se viste, y con algo de prisa lleva a su hijo en coche al colegio. Suele tardar unos 40 minutos hasta llegar al lugar donde trabaja. Y más de la mitad los pasa en medio del tráfico.

A pesar de los claxons y el ruido citadino, enciende la radio espontáneamente para sentirse acompañado.

X no está muy contento con su trabajo ni con su salario. Le gusta lo que hace, pero no cómo ni con quién. Hay siempre tanto por hacer, que no le queda más remedio que ir estresado.

En su empresa, producir es el camino y la meta. Lo único que importa son los resultados. Y la velocidad a la que se mueve todo provoca que se sienta tratado como una máquina. Metafórica y literalmente.

X lleva años reprimiendo sus necesidades y sentimientos. Resignado, ya no le busca sentido a lo que hace. Trabaja por pura inercia, de forma mecánica. Aunque en el fondo es una persona inquieta y creativa, se limita a hacer exactamente lo que le dicen. Y todas las noches, al regresar a casa, está tan cansado que no tiene ganas para casi nada. Cena con su familia, intenta escuchar con interés y atención las anécdotas del día, pero le cuesta estar totalmente presente. Al terminar, se acomoda en el sofá delante de la tele.

Cuando X se acuesta lo hace con temor a ser víctima del insomnio. Aunque su cuerpo está completamente quieto, su mente no se detiene. No puede dejar de pensar, le bombardean recuerdos desagradables y problemas todavía no resueltos. Se siente impotente, esclavizado por su propia mente. Y se frustra porque no tiene ni idea de cómo desconectarla. Últimamente le pasa cada noche. Siente que algo le falta.

X se despierta el sábado por la mañana como si no le pasara nada. Para distraerse, exprime al máximo su tiempo de ocio. Su agenda está desbordada de planes. Va al cine, al gimnasio, al futbol... Lee, cocina, practica deporte, ve a sus amigos, pasea por el centro comercial...

X lleva así muchos años. Aunque no suela reflexionar acerca de su estilo de vida, cree que cuanto más haga y más tenga, mejor estará y más feliz será.

La paradoja es que cuanto más hace y más tiene, menos es y más insatisfecho se siente. De ahí que en ocasiones se sienta vacío y desanimado, como si estuviera apagado. En el fondo intuye que algo no marcha bien en su interior. Sin embargo, normalmente mira hacia otro lado, echando la culpa a sus circunstancias.

Y cada lunes, cuando suena el despertador, todo vuelve a empezar.

¿La historia del señor X te resulta familiar? Seamos sinceros: X podría ser cualquier de nosotros.

Entre los datos más alarmantes publicados últimamente, destacan algunos sondeos que indican que, al menos, la mitad de los profesionales no se sienten satisfechos en su trabajo. Y dado el número de horas que absorbe la frenética actividad laboral, difícilmente podrán sentirse satisfechos con su vida.

Llegados a este punto, respiremos hondo e intentemos ver nuestras circunstancias con algo más de perspectiva.

Sean las que sean, son como son. Y no podemos hacer nada para cambiarlas. Pero sí podemos cambiarnos a nosotros mismos, centrándonos en todo aquello que está a nuestro alcance.

¿Cuánto tiempo pasamos al día solos, sin hacer nada? Sin gente, sin música, sin tele, sin ruido...

¿Cuánto tiempo dedicamos a relajarnos, tratando de calmar nuestros pensamientos?

¿Cuánto tiempo invertimos en saber cómo nos sentimos y de qué forma podemos aprender a estar mejor?

La respuesta a estas preguntas está en nuestro interior. Nadie puede contestarlas por nosotros.

¿Por qué no dejamos lo que estamos haciendo para simplemente no hacer nada, tan sólo ser y estar?

Seguramente porque no podemos, es decir, porque no queremos. Nuestro afán obsesivo por hacer es en realidad una huida. Buscamos el alivio, pero no la curación. Por eso sentimos la necesidad de entretenernos. Pero ¿entretenernos de qué? Quizás del dolor acumulado durante toda la semana, y parte de la vida.

Paradójicamente, con los años hemos confirmado que el placer no se sacia, sino que nos perfora por dentro y nos deja una angustiosa sensación, como si fuéramos un gigantesco agujero sin fondo. La mala noticia es que es posible que las circunstancias a las que culpamos de nuestro malestar no cambien y nunca sean como anhelamos.

La buena es que la actitud que tomamos frente a ellas es lo que determina finalmente lo que sentimos y experimentamos. Elegir entre víctima o protagonista. Esa es la cuestión.

Dado que no podemos controlar lo que nos va sucediendo en la vida, sí podemos cambiar nuestra interpretación, modificando el papel que tomamos frente a nuestras circunstancias. Aunque el instinto nos lleva a reaccionar mecánica e inconscientemente, siempre podemos dar una respuesta mucho más sana y constructiva.

Puede que al principio nos cueste creerlo. De ahí que debamos comprobarlo a través de nuestra propia experiencia. Eso sí, cuanto más cansados estemos física y mentalmente, más subjetiva será nuestra forma de ver las cosas.

El exceso de actividad, el estrés y la hipervelocidad terminan por agotar nuestras reservas de energía vital, sumergiéndonos en la inconsciencia. Y si no las recargamos, en ese estado se activa nuestro mecanismo de supervivencia emocional, el egocentrismo, que pretende que la realidad se adapte a nuestros deseos y expectativas egoístas. Es entonces cuando sufrimos.

Y no hay nada que consuma más energía que la negatividad, lo que termina por encerrarnos en un peligroso círculo vicioso.Lacoctelera.  mauriciobertero.espacioblog.com

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