En la actualidad el clima de la convivencia social está siendo progresivamente atravesado por incertidumbres que antaño o no existían o poseían un menor perfil. Para muchos ya no es tan claro cómo es deseable convivir, ni qué valores han de regir nuestras vidas, ni qué formas de convivencia permiten conquistar lo deseado. Para otros, los patrones de convivencia social están claros y precisos, vienen de la tradición y, por tanto, se trata de que la sociedad los asuma sin vacilaciones.

La coexistencia de estas incertidumbres y de estas certezas configuran un cuadro de diversidad cultural que, a juicio de algunos, es similar a una crisis moral y valórica, y, a juicio de otros, signo de un cambio epocal ya que, sin lugar a dudas, estamos enfrentados a una búsqueda por nuevos paradigmas al interior de la sociedad en su conjunto.

Para estos últimos, entre los cuales me incluyo, el paradigma que está hoy en vías de cambio —y que privilegia una concepción racionalista del ser humano— ha dominado nuestra cultura y nuestra convivencia social por siglos. Este paradigma, más allá de sus evidentes aportes al desarrollo científico tecnológico, ha conducido a un profundo desequilibrio entre lo racional y lo emocional, entre los valores y el comportamiento cotidiano.

Es en este escenario donde se enmarcan las nuevas miradas. Para los efectos de este artículo me interesa destacar al menos dos de ellas: la de Humberto MATURANA y la de Rafael ECHEVERRÍA. La primera por cuanto nos recuerda nuestra dimensión biológica, y la segunda, nuestra dimensión lingüística. Y el conjunto de ambas, por cuanto nos permite refundar y levantar nuevas estrategias conducentes a la construcción de una cultura ciudadana basada en el respeto recíproco y la solidaridad.

La Biología... y el respeto al otro

Largo, extenso y complejo ha sido el recorrido científico de este biólogo chileno y, por tanto, no fácil de sumariar en pocas páginas. En estas líneas me interesa destacar el hecho de que desde una de las llamadas «ciencias duras» —la Biología— llega a remirar los fundamentos que hacen posible la convivencia humana y a proponer una refundación de ésta sobre la base de lo que él llama la biología del amor.

A partir de la imposibilidad de distinguir en la experiencia entre ilusión y percepción, MATURANA afirma que carece de fundamento el pretender apoyarse en el objeto externo o realidad objetiva en la validación del conocimiento. Con esta tesis, el autor nos relaciona de inmediato con el tema del respeto al otro. En efecto:

«Yo no puedo distinguir en la experiencia entre ilusión y percepción porque tal distinción es a posteriori. Sí podemos ponernos de acuerdo. Y todos sabemos cotidianamente que el mundo en el que vivimos es un mundo de acuerdos de acciones. Y que cada vez que el otro no sabe algo, uno se lo puede enseñar, generando un acuerdo de acciones. El problema no está en el darse cuenta de que no podemos hacer referencias a una realidad independiente.

El problema está en la creencia de que podemos hacer esa referencia; en el apego a ella a través de creer que uno puede dominar a los otros reclamando para sí el privilegio de saber cómo son las cosas en sí. Y esto, que es el fundamento de la teoría que explica la biología del conocer, es accesible para cualquier persona.»

Sitúa sus investigaciones en la epistemología genética y en la propuesta de ésta de avanzar hacia la comprensión del fenómeno del conocer y del convivir desde la perspectiva del operar biológico del ser vivo. Desde esta perspectiva se hace posible enfrentar la clásica distinción binaria entre espíritu, conciencia y conocimiento, por un lado, y cuerpo y biología, por otro. En palabras de MATURANA:

«Al declararnos seres racionales, vivimos una cultura que desvaloriza las emociones y no vemos el entrelazamiento entre razón y emoción que constituye nuestro vivir humano, y no nos damos cuenta de que todo sistema racional tiene un fundamento emocional.»

El sistema social humano está conformado por seres que lo realizan mediante sus conductas. Para que un sistema social se produzca es fundamental que hayan interacciones recurrentes basadas en la cooperación y la confianza. Lo constituyente de los sistemas sociales es, como lo indicamos más arriba, la biología del amor. El amor es la emoción fundacional de los seres humanos, de modo que éste podrá llamarse así en la medida en que sus interacciones recurrentes tengan lugar dentro del marco de la emoción implícita del reconocimiento mutuo. En caso contrario, estamos frente a un sistema en que los seres humanos no son aceptados sino instrumentalizados.

«Los seres humanos de la cultura patriarcal europea vivimos permanente o recurrentemente en esta contradicción de nuestra vida adulta: aprendemos a amar en la infancia y debemos vivir en la agresión como adultos. Por esto el amor para nosotros se ha vuelto literatura o, lo que es lo mismo, una virtud, un deber, un bien inalcanzable o una esperanza. Para vivir en la biología del amor tenemos que recuperar la vida matrística de la infancia, y para ello tenemos que atrevernos a ser nosotros mismos, atrevernos a dejar de aparentar, atrevernos a ser responsables de nuestro vivir y no pedirle a otro que dé sentido a nuestro existir. Pero hacer todo eso, en verdad, no es tan difícil si damos el primer paso recuperando nuestra dignidad al aceptar la legitimidad del otro, quienquiera que éste sea.»

El acaecer del vivir, propio de los seres vivos, se diferencia, en el caso de los seres humanos, de la explicación que hacemos de este acaecer, explicación que es sólo posible en el lenguaje. Como fenómeno biológico, el lenguaje es una dinámica de coordinaciones conductuales recursivas. En tanto seres humanos, existimos en el lenguaje, y podemos hablar de las cosas porque somos nosotros quienes generamos las cosas de las cuales hablamos en el acto de hablar de ellas.

«El lenguaje no fue nunca inventado por un sujeto solo en la aprehensión de un mundo externo, y no puede, por tanto, ser usado como herramienta para revelar un tal mundo. Por el contra rio, es dentro del lenguaje mismo que el acto de conocer, en la coordinación conductual que el lenguaje es, trae un mundo a la mano. Nos realizamos en un mutuo acoplamiento lingüístico, no porque el lenguaje nos permita decir lo que somos, sino porque somos en el lenguaje, en un continuo ser en los mundos lingüísticosy semánticos que traemos a la mano con otros.»

El lenguaje se nos presenta, de este modo, como el principal protagonista que nos conduce hacia una mejor comprensión de las encrucijadas en que nos encontramos los seres humanos en nuestros días. En esta dirección apuntan, como veremos, las contribuciones aportadas por el otro autor seleccionado para este breve artículo.

Hacia una comunicación entre personas

Inspirado en importantes filósofos contemporáneos (Heiddegger, Nietzche, Searle, etc., entre otros) y, de una manera muy determinante, en Maturana, ECHEVERRÍA nos propone una nueva mirada orientada a recuperar nuestra dimensión lingüística en la constitución de nosotros mismos, de nuestro mundo, de nuestros valores y derechos.

Este autor se propone una nueva interpretación de lo que significa ser humano y por ello se mueve en el terreno de la ontología. El significado que se le asigna a este concepto se funda en HEIDEGGER quien, como es sabido, cuestiona la tradición metafísica imperante y postula una ontología que hace referencia a la comprensión genérica de nuestra particular forma de ser.

Ha habido una larga historia marcada por la mirada que subordina el devenir y el lenguaje al ser inmutable y ahistórico de los metafísicos.

Esta mirada es cuestionada por no dar cuenta del ser que somos en-el-mundo. En este cuestionamiento se inserta el texto que nos preocupa con su nueva concepción ontológica del ser humano.

En esta nueva ontología, el lenguaje juega un rol fundamental. Postulados básicos de este planteamiento son los siguientes:

• Interpretación de los seres humanos como seres lingüísticos. El lenguaje es, por sobre todo, lo que hace de los seres humanos el tipo particular de seres que son, seres lingüísticos, seres que viven en el lenguaje. A pesar de que se distingue el dominio del cuerpo, de la emocionalidad y del lenguaje, la experienciahumana se realiza en el lenguaje.

• El lenguaje es generativo. La concepción tradicional del lenguaje lo concibe como descriptor de la realidad y cumpliendo un rol «contable». Sin embargo, el lenguaje no sólo permite describir la realidad sino crear realidades y, desde esa óptica, se afirma que el lenguaje es acción. Por medio de él, participamos en el proceso continuo del devenir, en el modelaje de nuestra identidad y del mundo en que vivimos.

• Los seres humanos se crean a sí mismos en el lenguaje y a través de él. La vida no es, para esta concepción, el espacio donde el ser se revela y se despliega, sino el espacio en que los individuos se inventan a sí mismos. En palabras de NlETZCHE, «el creador y la criatura se unen». Los seres humanos, al habitar en el lenguaje, se inventan a sí mismos en el lenguaje. Por ello, el foco de la Ontología del lenguaje está en el ser humano y no en el lenguaje, como es el caso de la Lingüística y de la Filosofía del lenguaje.

A estos postulados se añaden los siguientes principios que fundamentan una concepción no metafísica de los seres humanos: «No sabemos cómo las cosas son; sólo sabemos cómo las observamos o cómo las interpretamos. Vivimos en mundos interpretativos.»  Para la tradición metafísica, verdad y ser se identifican.

Sin embargo, la epistemología moderna pone en cuestión esta aseveración e instala en el debate filosófico la cuestión de la inviabilidad de la certeza. Negar la posibilidad de conocer las cosas como son no invalida el hecho de la existencia de las cosas. Sólo afirma que lo que sabemos de ellas es nuestra interpretación de las mismas.

De este modo, la verdad, para la lógica moderna, no es más que la coherencia interna entre dos proposiciones en un sistema dado. Sin embargo, no toda interpretación es igual a otra. Lo que permite discernir entre diferentes interpretaciones es el juicio que podamos efectuar sobre el poder de cada una de ellas, capacidad que permite abrir o cerrar posibilidades de acción en la vida de los seres humanos. El sentido común constituye el núcleo de supuestos que nos parecen obvios y que, por tanto, nuestro preguntar se detiene. El consenso se logra allí donde los participantes comparten las mismas interpretaciones.»

«No sólo actuamos de acuerdo a como somos, también somos de acuerdo a cómo actuamos. La acción genera ser. Uno deviene de acuerdo a lo que hace.» La acción es la manifestación de un ser que se despliega en el mundo y es una posibilidad de trascenderse a sí mismo.

«Los seres humanos actúan de acuerdo a los sistemas sociales a los que pertenecen. Pero a través de sus acciones, aunque condicionados por estos sistemas sociales, también pueden cambiar tales sistemas sociales.» Los individuos son componentes de un sistema social más amplio: el sistema del lenguaje. Su posición dentro de ese sistema es lo que los hace ser los individuos particulares que son. La dinámica del devenir se produce en la relación entre el sistema social y el individuo, de modo que el sistema constituye al individuo del mismo modo en que el individuo constituye al sistema social.

Al conectar el lenguaje con la acción, la Ontología abre las posibilidades de observar aquellas acciones que son los actos lingüísticos, acciones que por lo general no han sido suficientemente reveladas. Ello permite elegir las acciones que nos acercan al ser que hemos escogido ser y crear en nuestras vidas. Los actos lingüísticos básicos son las afirmaciones y las declaraciones.

En las primeras, las palabras se adecúan al mundo; en las segundas, el mundo se adecúa a las palabras. Las primeras describen el mundo de acuerdo a nuestras interpretaciones; las segundas adscriben al mundo nuestras interpretaciones. Los seres humanos observamos la realidad de acuerdo a las distinciones que poseemos. El hablar nunca es inocente. Cada acto lingüístico se define por caracterizar compromisos sociales diferentes. En el caso de las afirmaciones, se trata de que la palabra cumpla con la exigencia de adecuarse a las observaciones que hacemos sobre el estado del mundo. Basándose en esta capacidad común de observación es que es posible distinguir entre afirmaciones verdaderas y falsas, dependiendo de si podemos proporcionar un testigo que pueda apoyarlas o no.

Cuando hacemos declaraciones, no hablamos acerca del mundo sino que generamos un nuevo mundo para nosotros. Ellas son válidas o inválidas según el poder de la persona que las hace. Toda persona tiene el poder de efectuar determinadas declaraciones en el ámbito de la propia vida personal, y en cuanto ejerza tal poder asienta su dignidad como persona.

Los juicios pertenecen a las declaraciones. Con ellos se crea una realidad nueva, una realidad que sólo existe en el lenguaje. La realidad que generan reside totalmente en la interpretación que proveen. El juicio siempre vive en la persona que lo formula y, por ello, contribuye a formar su identidad. El fundamento de los juicios tiene que ver con la forma en que el pasado es traído al presente cuando se emiten los juicios. También hablan acerca del futuro, ya que emitimos juicios porque el futuro nos inquieta. Siempre emitimos juicios en relación algunos estándares que pueden cambiar con el tiempo. Al decir de EPICTETO:

«No es lo que ha sucedido lo que molesta a un hombre dado que lo mismo puede no molestar a otro, es su juicio de lo que ha sucedido.»

No hay relación humana que pueda desarrollarse adecuadamente cuando no existe la confianza. La Ontología del Lenguaje se sustenta en una determinada ética de la convivencia basada en el respeto mutuo.

Al ocuparse de la comunicación humana, el asunto de la confianza y del sentido son primordiales. Y es también un aspecto fundamental del acto de escuchar. En palabras de M A T U R A N A , el fenómeno de la comunicación no depende de lo que se entrega sino de lo que pasa con el que recibe. Cuando escuchamos, nos preguntamos qué lleva a alguien a decir lo que dice. El escuchar es oír más interpretar.

Escuchamos el porqué las personas realizan las acciones que realizan. ¿Y por qué escuchar? Ser humano significa hacerse cargo en forma permanente del ser que se es. Lo que es esencial en nosotros es el estar siempre constituyéndonos. Como individuos somos, por un lado, todos iguales en cuanto a nuestro ser ontológico, ya que compartimos las formas básicas de ser que nos hacen a todos humanos; y por el otro, somos diferentes, somos personas, tipos particulares de ser humanos. Y por ello estamos abiertos al escuchar. Todo otro refleja un alma diferente en el transfondo de nuestro ser común.

Escuchamos desde nuestro trasfondo histórico. Los discursos históricos son campos de generación de sentido. No tenemos la responsabilidad de ser la encarnación de ellos, pero sí de reconocerlos en su particularidad. Las prácticas sociales son formas recurrentes de actuar de las personas, son formas establecidas de hacernos cargo de nuestras inquietudes.

Aunque veamos con nuestros ojos observamos, sin embargo, con nuestras distinciones. La gente con diferentes conjuntos de distinciones vive mundos diferentes. Muchas distinciones no tienen bases biológicas sino, más bien, morales, políticas, culturales. Una conversación es la danza que tiene lugar entre el hablar y el escuchar y entre el escuchar y el hablar.

Las emociones y los estados de ánimo son predisposiciones para la acción. Dependiendo del estado de ánimo en que nos encontremos, ciertas acciones son posibles y otras no. Condiciona también la forma en que efectuaremos esas acciones. Los estados de ánimo especifican un futuro posible y generan un determinado mundo. Son, por lo general, transparentes para nosotros y, por tanto, juzgamos que lo que pertenece a nuestro estado de ánimo es propiedad de nuestro mundo.

Aunque no somos responsables del estado de ánimo en que nos encontramos, somos responsables de permanecer en él. Por ello es posible adoptar una posición activa en lo que respecta a nuestros estados de ánimo personales y sociales en los cuales participamos. Al modificar nuestro horizonte de posibilidades, modificamos nuestro estado de ánimo. Igualmente, al modificar nuestro estado de ánimo, modificamos nuestras posibilidades.

El poder del lenguaje está en generar nuevos estados de ánimo que, a su vez, generan el lenguaje del poder. La concepción tradicional considera al poder como una sustancia, como algo que está allí, independiente de los individuos que lo observan. El postulado central de la Ontología del Lenguaje es la caracterización del poder como un fenómeno que emerge de la capacidad del lenguaje, ya que sin éste el fenómeno del poder no existe. Sin un observador provisto de lenguaje, el poder como tal no se ve. Y ello por cuanto es el propio observador quien lo constituye como el fenómeno que es.

Desde esta perspectiva, el poder es una facticidad histórica que existirá allí donde existan los seres lingüísticos que somos. Ello hace del poder algo que no ha de ser ni evitado ni condenado, sino reconocido como un espacio de aprendizaje. El aprendizaje es un juicio que emitimos cuando comprobamos que lo que podemos hacer en el presente no podíamos hacerlo en el pasado.

Estos aprendizajes pueden ser inducidos y facilitados precisamente por esta nueva concepción del ser lingüísticos que somos. Y en ello radica toda la riqueza de la Ontología. En palabras del autor:

«Postulamos que la Ontología del lenguaje nos ofrece una poderosa herramienta para lidiar con uno de los rasgos más sobresaliente de nuestro tiempo: la crisis de sentido de la vida a la que hoy nos enfrentamos...

La Ontología del lenguaje nos confronta con el hecho de que no podemos esperar siempre que la vida genere, por sí misma, el sentido que requerimos para vivirla. Pero, simultáneamente, nos muestra cómo generamos sentido a través del lenguaje: mediante la invención de relatos y mediante la acción que nos permite transformarnos como personas y transformar nuestro mundo.»

Fuente: Fragmentos de "Nuevas búsquedas para una misma búsqueda, Patricio Donoso. En revista "Documentación Social", Número 113, El despertar de América Latina.